
Anoche, viendo la tele, y tras un día en el que las cosas no me habían ido especialmente bien, me dispuse a ver una de esas series americanas que, sin ser demasiado buenas, me entretienen. Ya me conocéis, y para los que no, pues las series de policías y demás agencias estadounidenses me chiflan.
En esta ocasión, un joven agente, presumiblemente afectado porque uno de sus compañeros había sufrido una importante lesión en acto de servicio y se reincorporaba al trabajo, para admiración de todos, antes de tiempo, intenta de todas las formas posibles impresionar a su jefe de equipo, llegando a cometer una estupidez enfrentándose solo a un joven a punto de activar una bomba.
Tras el día que había tenido, esa tontería de la serie (es que le doy muchas vueltas a todo), me hizo reflexionar acerca de las cosas que algunas personas podemos llegar a hacer por no perder el afecto de los que amamos, o simplemente de los demás.
Algunas personas necesitan hacer llegar a su entorno continuamente como un pequeño grito ahogado que dice "estoy aqui, no me olvidéis", y ese grito puede tomar formas de muchos tipos: afán de protagonismo continuado, un comportamiento inadecuado o estridente, o, simplemente, ir contracorriente, o incluso dejar de comer.
Estas cosas son muy básicas: por afecto, por no sentir el abandono, somos capaces de mucho más, de muchísimo más, pero me remito a ejemplos cercanos, recientes, y conocidos.
Me pregunto si, por conservar el afecto que más me importa conservar, seré capaz de ir contracorriente, sacrificarme, y dejar esta rebeldía psicótica que me posee desde hace tiempo y me impele a hacer todo lo contrario a lo que se supone soy capaz de hacer para mantener el estado ideal de las cosas.