lunes, 26 de marzo de 2012

La mujer que vive en los espejos


Vuelvo, y tarde, como siempre, para mostraros aquí un pequeño texto con el cual participé en un certamen literario convocado por Izquierda Unida Rota con motivo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y que sin esperarlo he tenido la fortuna de ganar. Es sencillo, como veréis, pero espero que a pesar de éso os agrade.

LA MUJER QUE VIVE EN LOS ESPEJOS

"Pensó en el viejo dicho que afirma que un espejo es el Alma de una Mujer (dicho místicamente expresado en el dorso de muchos espejos de bronce mediante el ideograma chino que representa el Alma) y temió que esto fuera cierto de un modo harto más inquietante que el que supusiera jamás".

'El Espejo y la Campana', Kwaidan, de Lafcadio Hearn


Cada mañana la veo, y siento que me mira. Yo la miro lo justo, lo necesario. Pero siento que ella me escruta desde la superficie pulida del espejo, haciendo miles de preguntas.
A veces me faltan fuerzas para enfrentarme a ella, y paso corriendo y evitando sus ojos castaños. Otros días, nos miramos sólo por un instante, lleno de silencio pero que carga el aire de palabras no pronunciadas. Ella quiere decirme cosas, cosas que ya sé. Pero no por eso son menos ciertas.
Cuando me mira, ella quiere reprocharme que siga dejándome aplastar. Me mira apesadumbrada porque sabe que, como les pasa a muchas otras, ella es mi mejor amiga pero también mi enemiga. Me enseña lo que soy y cómo soy, y generalmente eso nunca me gusta. Me mira, y me está diciendo que sí, que estoy entrada en carnes, que mis ojos son pequeños, que tengo las ojeras más marcadas, y que todo eso es un hecho. Ella está contrariada, porque soy incapaz de aceptarla, y de quererla de verdad.
Yo tengo ganas de decirle que la culpa es de los demás, que me lo dicen continuamente, en las revistas, en los periódicos, en la televisión, en internet, también lo veo en los ojos de otros cuando me miran… todos ellos me acusan de no ser como debería. Ella, sin embargo, con su silencio, me recuerda que si alguien me aplasta, ésa soy yo. Y sé que tiene la razón.
Para ella es fácil. Vive en ese mundo de agua y de reflejo, pero yo no soy Alicia, y no puedo cruzar a donde está ella, ni cambiarme por ella. Ella está allí, y yo aquí. Poco se puede hacer al respecto. A veces la llamo “tirana” entre dientes. Ella me devuelve una mirada hosca. Sé que piensa lo mismo de mí, porque no es peor la tiranía del espejo que la de nuestra propia mente. “¿Por qué no me aceptas?”, veo relucir la pregunta en sus ojos pequeños, como los míos. “¿Por qué no, simplemente, me aceptas?”. Estoy en ello.
Pero no puedo negar que hay días únicos, especiales, en los cuales la visito con una sonrisa en los labios. Ella me acaricia con la suya propia desde su reino plateado, y firmamos la paz. Le prometo que voy a comprar un espejo de cuerpo entero, que ya va siendo hora. A ella le cuesta creerme. Pero esos días me siento bien en mi piel, ella lo sabe, y me entrega lo mejor de sí misma, el brillo en la piel, el rizo perfecto, la boca como dibujada, y los ojos alegres. Me gusta cuando está contenta. Y ella me recuerda que todo es por mí.
Mi amiga, mi enemiga, el testigo de mi paso por el mundo,… siempre estará ahí a la espera, deseando que la edad y la experiencia me enseñen que cuanto antes aprenda a amarla sin condiciones, antes seré consciente de quién soy, y sabré amarme a ambos lados del espejo.