martes, 23 de marzo de 2010
La huella
No estás, pero te imagino. Te imagino iluminando el alba, con el brillo lunar de tu piel, y la negrura espacial de tus ojos. Soy tu esclava.
He venido a traerte musgo y madreselva, para rendirte pleitesía una vez más, parábola de lo imposible. Me humillo ante tus plantas, porque si he nacido es para servirte.
Peinaré tus cabellos con mis dedos, y beberé de tu boca. Abanicaré tu cuello con mis manos, para que el aire cálido del crepúsculo no te sofoque. No olvides que te hice un juramento.
Eres un espectro plateado, filigrana entretejida en mi memoria por mí, tan hábil cuando se trata del recuerdo. Cada noche te visito: te hago mil ofrendas, te entrego lo mejor de mí, que no es mucho, pero que aún te pertenece porque nunca me mandaste retirarme de tus aposentos.
Te sirvo, y hacia ti elevo mis plegarias. No sé si las escuchas, no se si llegan hasta tu cálido regazo. Pero yo me estoy ahogando de las ansias por poder rozar, siquiera, tu figura.
En este altar has de saber que paso muchas horas, entregada y completa, palpitante y ardorosa. Nada me produce más placer que ser tu sierva.
Suplico tu perdón, porque fui veleidosa e infame. Pero la juventud y el temor atenazaron mis cuerdas vocales, y no pude gritar tu nombre.
Imponme un castigo, una penitencia, que cumpliré gustosa. Te traigo los mejores perfumes, de esos años perdidos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Uuuaaahhhhhuuuuuu!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminar¡Quien fuera él...!
No está mal, jajajajaj!!!
ResponderEliminarAcepto tus perfumes. Te perdono y te mando que no te retires de mis aposentos.
ResponderEliminarEn cuanto a tu penitencia... Déjame pensar...
Precioso.
ResponderEliminar