miércoles, 11 de noviembre de 2009

Muerte... y vida


Llevo varios días pensando en la muerte. En cómo nos afecta, en lo mucho que la obviamos a veces, y en lo poco que la tenemos interiorizada. Desde el día que estuve en el cementerio, cubriendo una misa dedicada a los difuntos, y cuando tuve la oportunidad de pasear plácidamente por el camposanto (una de las palabras preferidas de mi admirado Iker Jiménez), observando las lápidas, el ritualismo con el que rodeamos a los seres que perdemos, tan diferente de otras culturas, y que demuestra lo poco aceptado que tenemos ese estado de (in)existencia.

Paseé por el cementerio, y saqué muchas fotografías, por cuestiones de mi trabajo, y por gusto. Tengo que reconocer que no soy muy talentosa para ello, no tengo un "ojo fotográfico". Observé las fotografías situadas en las tumbas de personas muy jóvenes que habían fallecido. Tan sólo en el estado de sus nichos, profusamente adornados con flores, se podía apreciar el tremendo dolor de sus familias al haberles tenido que dejar marchar antes de tiempo.

Hay que reconocer que el cementerio de Rota es un lugar amplio, diáfano, nada tétrico, algo que se supone inherente a un cementerio. Es un lugar tranquilo y verde, donde se puede pasear, limpio y blanco. Como cualquier cementerio moderno. Pero me hizo pensar.

La muerte me da miedo, pero creo que es porque no la he aceptado todavía. Aunque no tengo edad para morir, y por el momento mi salud y antecedentes no indiquen que sea algo que pueda pasar en un corto espacio de tiempo (a no ser que el destino medie), mi momento para cruzar las Puertas aún es lejano. Pero he comprendido que hay que aprender a asumir lo inevitable de ciertas cosas, y cuanto antes mejor, para ser capaces de disfrutar de este estado de existencia y saber sacarle el jugo a todo lo que podemos hacer, vivir, experimentar, disfrutar, y sufrir.

El otro día, desayunando con unos compañeros, me contaron que habían estado velando a la madre, repentinamente fallecida, de un amigo. La mujer era joven para morir, y fue absolutamente inesperado, dejando a dos hijos y a un marido destrozados. Uno de mis amigos estaba especialmente impactado, pude verlo en sus ojos y en su actitud. Le había dejado una honda impresión ver los estragos que había causado en sus amigos este triste acontecimiento, ya que normalmente suelen ser personas excepcionalmente alegres y muy divertidas. Y verles así ha debido hacer sonar un "click" dentro de su cabeza.

No tenemos la muerte asimilada como algo que forma parte de nuestra vida, aunque suene extraño. Nuestra cultura, además, eminentemente cristiana católica, nos envía mensajes contradictorios, prometiéndonos una salvación al lado del Padre, o una condenación eterna en el infierno. Nuestra cultura no contempla, como otras, la muerte como un paso, como una celebración, y llena ese momento inevitable de dolor y de sufrimiento innecesarios.

De todas las fotos que saqué en el cementerio, la que más me gusta es una de un nido abandonado por las cigüeñas, lleno de pájaros. Seguramente, y hagamos un poco de fábula con esta idea, todos esos pájaros son los nuevos recipientes de las almas de algunos de los habitantes de ese cementerio, que ahora vuelan libres, observándonos sufrir por ellos desde una existencia mucho más liviana, y feliz. O a lo mejor no, pero sería bonito que así fuese.