domingo, 26 de abril de 2009
Extraños son los caminos que nos hacen encontrarnos...
Encontrarnos, reencontrarnos, y dejarnos atrás. Me intrigan los intrincados hilos que se tejen y enmarañan para hacer que nos juntemos, nos separemos, nos olvidemos de nosotros, de los otros.
Basta que un amigo venga una noche de manera casual para que, de repente, personas a las que tenías olvidadas, a las que encuentras en ese juego de casualidades, entren de nuevo con fuerza en la vida de uno para devolvernos la esperanza de que, sí, existe gente buena por ahí, e incluso gente a la que merece la pena conocer.
O que alguien, por curiosidad, te devuelva un email motivado por la desconfianza, para que sepas de alguien que perteneció a tu vida en un momento en que estabas más fuera que dentro de tu mente, y puedas relativizar y poner las cosas en su sitio justo, sentimientos y sensaciones, significados. Cerrar círculos.
O solamente un sueño, en el que de repente abrazas con fuerza a alguien a quien tienes lejos, a quien no ves hace tiempo, y a quien quieres como solo se puede querer a un hermano, a un igual.
O que alguien a quien creías haber perdido vuelva con fuerza para demostrar que nunca se fue, nunca, porque hay cosas, que a pesar de los males, de las enfermedades crueles de la mente, nunca cambian. Y gente a la que pierdes, vete tú a saber por qué.
El otro día un buen amigo mío, una de esas personas a las que he descubierto que quiero de manera especial, me dijo en una medio-discusión por el messenger que entendía mis argumentos "porque yo todavía creo en las personas". Sí, creo en las personas. Da miedo, y llega un momento de tu vida en que no te apetece ni creer, ni conocer, ni arriesgar. Pero el riesgo, a veces, es deliciosamente cálido, y merece la pena.
Brindo por esas personas que hacen que me pregunte por esos hilos enmarañados, como los de un tapiz enorme, tejido por no se quién, pero que ha hecho que una vez más sea valiente y me enfrente a las letras y a mí misma por unos minutos. Gracias por recordarme que la vida se compone, básicamente, de madejas de todos los colores del espectro.
lunes, 6 de abril de 2009
Holy week, what the fuck...
Comienza la Semana Mayor y yo solo lo noto en que tengo más trabajo y en que muchos van por la calle que no caben en sus trajes. ¿Sabéis de esos cuadros de la Edad Media con escenas religiosas en los que existía un subtexto sexual? Por ejemplo, recuerdo uno en el que se veía a un grupo de hombres maltratando a un santo (ignoro cual, pero tipo San Sebastián), y todos ellos lucían en el óleo significativas erecciones bajo sus calzas rojas. No es broma, era la única forma que se tenía de hablar de sexo en ese momento. Pues cuando veo a estos tíos por la calle con sus trajes y su pin de la hermandad en el pecho, me acuerdo de éso.
El otro día, sin ir más lejos, tuve un momento "divino" que resume toda esta situación. En una iglesia, tuve la oportunidad de presenciar cómo en el púlpito, un señor que es homosexual declarado, tras hacer una loa a su hermandad, arremetía con pasión inusitada contra "aquellos asesinos de niños no natos que se esconden tras ideologías que ellos llaman progresistas". En ese momento, un señor mayor salió de la iglesia tapándose los oídos. Estuve lenta y no le pude retratar. Me quedé congelada en mi silla plegable. A mi me resultó lo más hipócrita que había oído en semanas. ¿La sodomía no es también, según la iglesia, un pecado?
De pequeña daba catequesis en esa iglesia. Recuerdo que me escapaba de la pequeña aula y me metía en la nave mayor, cerrada al público, oscura, y me encantaba sentir la sensación de miedo de estar sola y rodeada de imágenes que podían cobrar vida, como en el cuento de Becquer 'El guantelete de piedra' (creo que se llamaba así). El arte sacro siempre me ha producido una sensación extraña de placer y de repulsión, como el morboso que mira un cadáver espachurrado al pasar a su lado por la carretera. Luego mis padres tuvieron que asimilar que no creía en nada de lo que me habían inculcado, pero esa es otra historia, larga y que otro día igual cuento.
La Semana Santa ha empezado, y ya estoy deseando que termine. Por cierto, la foto (que a mi me pone los vellos de punta, a lo mejor a alguno le parece "una monada") la saqué una noche, volviendo de un gran concierto, en un escaparate de una óptica de Jerez.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)